En la falda del volcán Popocatépetl, casi tocando sus nieves, se encuentra este bello poblado y su convento, quizá el más importante ejemplo de construcción tipo fortaleza. Desde 1563 había sido adjudicado a los dominicos, después de algunas discrepancias con los agustinos; pero es hasta 1580-81 que se ve terminada la edificación, con la intervención del dominico fray Juan de la Cruz.
Notable es la pintura mural en los corredores del claustro, tanto por su abundancia como por su calidad y por el hecho de estar ejecutada en policromía, rara característica en los conventos de esa época; también el magnífico trabajo en madera en el artesonado, que nos admira en los plafones de la sacristía.
Además de lo anterior, cuenta con los elementos contemporáneos, como atrio de generosas proporciones con varios muros de contención, pues se tuvo que nivelar un gran desnivel del terreno original; restos de capillas posas, camino procesional, claustro alto y bajo, con sus apuntados contrafuertes característicos a manera de proa de navío, y demás elementos que, aunque deteriorados por el abandono, se aprecian claramente todavía.