En el pueblo de Tepoztlán vivía una joven princesa. Dicen que era tan bella como la misma luna. Tan hermosa era, que sus padres le pusieron una guardiana para protegerla de todas las miradas indiscretas. Pero un día, mientras la chica se bañaba en el río de Atongo, un pájaro de bello plumaje rojo, que venía volando desde el cerro del aire, se detuvo a descansar en una rama cercana al río. Mientras ella se lavaba delicadamente, el pájaro comenzó dulcemente a cantar.

Cerro del Tepozteco
Cerro del Tepozteco


A la joven le agradó el ave, por lo que cotidianamente se encontraban en el río y, mientras ella limpiaba su piel perfecta, el pájaro la adornaba con sonidos. Un día, mientras ella contemplaba su rostro reflejado en el agua, el pájaro dejó caer una de sus bellas plumas rojas. La joven la levantó y se la puso amorosamente como un adorno en el cabello.
Al día siguiente, el pájaro no volvió. El tiempo pasaba y la joven lo esperaba, extrañando el canto, pero el canto había cesado. Ella se llenó de una espantosa tristeza. Tres meses después, su depresión era tan grave que su rostro había cambiado. Sus padres, preocupados, decidieron llamar a un curandero. El sabio concluyó que la chica estaba embarazada.
La madre de la chica se desmayó al escucharlo. El padre no podía creerlo. Muy enojado, decidió matar a la guardiana, responsable de mantener la pureza de la joven. Sin embargo, el niño nació. Para evitar el escándalo, el padre de la princesa decidió terminar también la vida del bebé.
Primero lo arrojó a un hormiguero; pero los insectos intuyeron su grandeza y, en lugar de comerlo, decidieron alimentarlo con sus propias migajas. Enojado, el dirigente decidió colocar al bebé en un maguey, para que los fuertes rayos del sol lo quemaran. Pero la sabia planta, decidió darle de beber el delicioso aguamiel, para que el niño siguiera con vida.

Rio Atongo
Rio Atongo


Finalmente, el hombre decidió colocar a su nieto en una canasta y la arrojó al río. Río abajo, una pareja de ancianos lo encontraron y decidieron criarlo como hijo propio, con muchísimo amor. Con el tiempo, se dieron cuenta de que el niño –que lentamente se transformó en un joven muy fuerte– tenía poderes mágicos, pues era hijo del dios del viento.
Pero las malas noticias volvieron. En aquella época, había un terrible monstruo que habitaba cerca del pueblo. Para mantenerlo tranquilo, los pobladores le mandaban a un hombre cada semana, para que peleara con él. Ninguno había vuelto hasta entonces. Tristemente llegó el turno del joven. En su camino, decidió ir recogiendo trazas de obsidiana y las guardó entre sus ropas.
El monstruo lo devoró inmediatamente, pero dentro de su panza, el joven sacó las obsidianas y asesinó a la criatura. Cuando fue liberado, era ya una corriente de aire mágico. El héroe voló hasta el cerro y encendió una fogata de humo blanco. Los pobladores sabían que el monstruo estaba muerto y nombraron al cerro “El Tepozteco”, donde aún sopla el aliento divino del hijo de la princesa y el pájaro. Dicen que a veces se aparece en forma de un niño.

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