El 10 de Abril de 1919, Jesús Guajardo ejecutó el asesinato de Emiliano Zapata en la Hacienda de Chinameca, Morelos. Cuando Guajardo perpetró el artero crimen, salió de su escondite y vio que ya estaba muerto Zapata. Era la parte final de una traición orquestada por el propio Guajardo, con el apoyo de su jefe, Pablo González. La traición requería un final público, en el que todos deberían estar enterados de la muerte y entierro del héroe sureño Emiliano Zapata.
Por eso echó el cuerpo de Zapata en una mula y salió rumbo a Cuautla, a donde llegó cerca de las nueve de la noche. El cadáver lo arrojó a la jefatura de policía, en tanto se dispuso que el cuerpo debía ser preparado para el funeral.
Cerca de las cuatro de la tarde del 11 de abril, llegó un vecino de Anenecuilco, Alberto Girela. Fue él quien dio fe legalmente ante el juez del reconocimiento del cadáver de Emiliano Zapata Salazar y así fue como se levantó el acta de defunción, firmada por el propio juez y dos testigos.
El entierro de Emiliano Zapata
El cadáver permaneció ahí y fue enterrado al siguiente domingo 12 de abril. Al atardecer la gente del pueblo lo llevó cargando en hombros desde el zócalo de Cuautla hasta el panteón, ubicado a un costado de la iglesia del Señor del Pueblo.
Toda una procesión de morelenses llegó con la caja de madera al frente y lo enterró en la esquina, cerca de la barda de la iglesia. Como siempre, hubo rezos y a su término echaron la tierra encima. Tierra morelense que lo vio nacer y que lo cobijó hasta el final de sus días.
Hoy sus restos reposan en la Plazuela de la Revolución del Sur, frente al panteón municipal y la iglesia del Señor el Pueblo, en Cuautla.
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